A propósito del movimiento en el precio del dólar
Muchos critican a los economistas por no decirlo antes. Y eso hay que aclararlo. Primero, nadie puede leer el futuro. Imagínese a un médico que entra a realizar una operación. ¿Tiene certeza absoluta del resultado final? Ahora piense en un sismólogo: ¿puede acertar con precisión cuándo será el movimiento sísmico y de qué magnitud? Ahora imagínese que en 2019 estaba proyectando el 2020; ¿tuvo en cuenta que habría una pandemia? En los tres casos la respuesta es no. Peor aún si entendemos que la economía es una ciencia social en la que el ser humano y su comportamiento están en el centro de su estudio. ¿Alguien puede prever como se comportarán las personas; ya no digo en unos meses, sino en unas horas?
Entonces, ¿cómo proyecta la economía?
Todos los economistas proyectan sobre la base de supuestos lo más cercanos a lo que puede pasar. ¿Esto significa que siempre aciertan? Desde luego que no. Veamos.
Todos queremos saber qué va a pasar con la economía.
La razón es que nos afecta en nuestra vida diaria. Cuando escuchamos o leemos proyecciones de los expertos, nos formamos una idea de lo que puede pasar. Sin embargo, cuando esas proyecciones fallan constantemente, comenzamos a desconfiar y ver el futuro con incertidumbre.
Si se supone que los expertos son profesionales con bastantes estudios
y que, por lo tanto, deberían ser creíbles, entonces, ¿por qué se equivocan tanto? Vamos a suponer que los errores no son cometidos “a propósito” por el interés que tienen en vender una idea determinada. Descartando esa opción, pensemos ahora en un profesional que, sin ser parte interesada (ni a favor ni en contra), quiere proyectar lo que pasará con la economía en 2026. El mecanismo es el uso de modelos.
La economía no es una ciencia exacta ni tampoco se puede experimentar
para ver qué pasa. Me explico. Un zoólogo simula el comportamiento de los ratones en un laboratorio. En una caja hace un laberinto y al final pone el queso. Se sienta frente a la caja y observa el comportamiento del ratón, y obtiene conclusiones válidas. Eso no se puede hacer en economía. No se puede destruir una economía para estar seguro de que esa receta no era correcta, aunque es cierto que parece que en algunos países se hicieran esos experimentos; miren Venezuela. Esto último pasa porque la economía no es un conjunto de buenas intenciones.
Un modelo en economía es una abstracción de la realidad
extrae de ella aquellos elementos que considera claves para la proyección que está haciendo; luego, asume ciertos comportamientos de esos factores que ha tomado de la realidad y, finalmente, los expresa en ecuaciones matemáticas. Mediante distintos métodos resuelve el problema matemático y eso arroja una proyección.
El problema es que la mayoría de los analistas se quedan en los resultados del modelo
y no proceden con el segundo paso. Señalan algo así: “El modelo usado nos señala que la economía crecerá 3% en 2026”, y ahí se quedan. ¿Y qué pasa si alguna variable no esperada, como el hecho de que se trata de un año de cambio de gobierno o las medidas que implemente Trump en los siguientes meses, afectan la proyección? Como no se puede saber, la proyección falla. Por eso, se proyecta bajo escenarios.
No se trata de decir que los modelos no sirven
el problema es el uso que les damos. Nadie puede leer el futuro. Sin embargo, todos hacemos proyecciones, inclusive los más críticos, que de manera permanente dicen que todo irá mal (esa es una proyección). Para ellos, la pregunta es la misma: ¿cómo lo saben? No perdamos la humildad en reconocer que más es lo que no sabemos que lo que sabemos.