En una entrevista periodística para el diario Gestión, Moisés Mainster, Senior Country Officer para la Región Andina, Centroamérica y el Caribe de JP Morgan, señaló que los expertos de esta entidad proyectan un crecimiento del PBI peruano de 2.7% para este 2025, lo que llevaría al país a sobresalir en comparación con otros de la región. Funda su optimismo en una inflación controlada, dentro del rango meta del BCR, en los niveles de deuda más bajos que en muchas otras economías, en un importante volumen de reservas internacionales, en recursos naturales valiosos y en numerosas ventajas en la producción y exportación de productos agrícolas.
Mainster reafirma su optimismo sobre el futuro y potencial del país, en la medida en que el Perú mantenga su disciplina fiscal y monetaria, preserve la estabilidad política e institucional, y fortalezca sus instituciones, incluyendo la estabilidad en las reglas de juego. Hasta ahí, todo bien. Sin embargo, JP Morgan proyectaba para 2024 un crecimiento de 3.1%. Esta corrección a la baja es preocupante; máxime si el consenso para este año la sitúa por debajo del tres, tal como lo ratifica Alonso Segura, presidente del Consejo Fiscal.
El Perú no podrá alcanzar su potencial de crecimiento a pesar de sus ventajas comparativas con un gobierno errático, sin planes ni objetivos claros, y con un Congreso que camina a contramarcha del derrotero que aconseja el sentido común.
El Banco Mundial, en un informe sobre el panorama general del Perú, sentencia que tenemos el potencial de convertirnos en un país de ingresos altos en dos décadas, si logramos implementar reformas audaces. En contraste, bajo las condiciones actuales, el país tardaría 64 años en alcanzar esa categoría. Las reformas deberían orientarse a aumentar la productividad de las empresas, mejorar la capacidad institucional del Estado y reducir las disparidades regionales. Para alcanzar el primer objetivo, sería prioritario eliminar las barreras que impiden el crecimiento de las empresas medianas. Para mejorar la capacidad institucional, urge reformar el sistema de inversión pública y simplificar los procesos administrativos, de manera que las obras públicas se concluyan y, además, provean servicios a los ciudadanos.
Al parecer, este era el derrotero del ministro José Salardi. Sin embargo, el cambio de tres ministros en una cartera tan importante, sin contar los de su predecesor, impide tener una hoja de ruta. La improvisación y el capricho político, cuando no los intereses subalternos, nos empujan al marasmo.
Dios no puede ser siempre peruano, también se indigna. Basta recordar la maldición bíblica de Sodoma y Gomorra. Lo lacerante es que, como siempre, los justos pagan por los pecadores.